El auge del guión

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¿Podemos considerar a Woody Allen “autor literario”, ya que firma los guiones de algunas películas memorables? ¿O esos documentos son meros procesos intermedios de trabajo para la verdadera obra: la película como objeto y proyección? La respuesta no es baladí, y menos en España, donde los guionistas no reciben ni un céntimo por autoría intelectual de los derechos generados por la venta de deuvedés. La lectura del guión de “Con la muerte en los talones” o “El Padrino”, por citar un guión original y otro derivado de una obra literaria, puede disfrutarse tanto como la de una novela policíaca o el libro original, respectivamente. Entonces ¿por qué no etiquetamos a los guionistas como “autores literarios”? Los propios autores de guiones no suelen considerarse a sí mismos de esta manera, aunque hoy día, en cualquier librería que se precie, podemos encontrar en el anaquel dedicado al cine los guiones de la filmografía completa de Pedro Almodóvar, todo lo que escribió Azcona o los capítulos de la serie “Los Soprano”. Algunos autores, como Julio Médem, editan también el material adicional con el que han construido el guión (diarios de los personajes, correspondencia ficticia…) que ha sido escrito no para ser filmado, sino para desarrollar el proceso de escritura, de la misma manera que un autor de novela histórica incluye en sus libros los mapas en los que se ha apoyado, o agradece las lecturas que han inspirado sus personajes.

La oportunidad de todas estas cuestiones viene dada por el auge de las series de ficción televisivas, concretamente por las venidas de Estados Unidos. El seguimiento e interés que despertó, por ejemplo, la serie “Lost”, cuyo desenlace y desarrollo fue publicitado y examinado en ambos hemisferios, produjo una escena insólita y prácticamente no dada hasta entonces: los fans pidiendo autógrafos a los guionistas de la serie, antes que a los actores. Parece que la máxima “lo más importante de una película es el guión” había pasado de ser un cliché a convertirse en realidad, y el peso en el producto final que tiene el guión se traducía en reconocimiento hacia los autores del mismo. Pero es una mera ilusión: trate de enumerar diez guionistas españoles, o simplemente de decir el nombre del escritor de su serie favorita en televisión ¿Por qué, entonces, insistimos en subrayar la importancia de quién es el autor primero?

La nómina de escritores, de grandes escritores, que han producido guiones sería interminable: William Faulkner, Jorge Luis Borges, Raymond Chandler, John Irving, Paul Auster, Juan Rulfo… y, en la mayoría de los casos, podemos ver el mismo estilo de sus novelas en los guiones que han escrito, por más que sean lenguajes diferentes. Un guión es, además, un texto que requiere numerosas reelaboraciones, infinidad de versiones antes de tener el resultado acabado que son revisadas por equipos de personas de diversas ocupaciones y que aplican sus puntos de vista y necesidades peculiares, por lo que siempre nos encontraremos ante un artefacto literario trabajado.

La edad de oro de las series
Es cierto que la ficción española está muy lejos de la norteamericana. Búsquese, por ejemplo, en la parrilla una comedia de situación de veinticinco minutos de duración, como “Friends”, “Frasier” o “Big Bang Theory”, o alguna con la incorrección y niveles de sátira de “Little Britain” o “The Office”. Pero también es verdad que el nivel organizativo de los escritores y de la industria del entretenimiento al otro lado del charco es infinitamente mayor que aquí, así que resulta poco útil compararlas. Centrémonos, entonces, en los motivos que han propiciado el desembarco de tantas y tan buenas series en tan corto espacio de tiempo, y su predicamento entre la audiencia española. Un rasgo común, y que no es tan banal como parece, es la forma de consumo. En su práctica totalidad, a estas ficciones se accede a través de internet, lo que limita el espectro de potenciales televidentes. No en vano, el caso paradigmático, “Lost”, fue maltratada en programación por televisión española y por cuatro, pese a lo que mantuvo a su legión de fans. La ecuación para que esto ocurra, desde fuera, parece sencilla, y casi calcada de un folletín de Dumas: capítulos no autoconclusivos con “cliffhangers” al final de cada uno, repartos habitualmente corales, abundancia de tramas cruzadas… dadas estas características ¿qué diferenciaría a cualquiera de las series de las que estamos hablando de, con todos los respetos, un culebrón venezolano? Calidades técnicas aparte, la respuesta es sencilla: el guión. El guión trata de forma inteligente al espectador; le agrede para estimularle, para que se implique en la trama; trata con profundidad a sus protagonistas, pero sobre todo a sus secundarios, y en temas y argumentos suelen buscar la originalidad desde los universales.

Los autores cuentan con la ventaja de que su trabajo se alimenta de los propios televidentes-lectores, con sus reacciones en la red y aportaciones a las tramas. Esa sensación de obra colectiva, tan posmoderna y tan “2.0” mejora y perfecciona el resultado final, pero no necesariamente facilita la labor del guionista, sino que hace que sea más compleja, al ramificar exponencialmente el número de posibilidades, añadiendo el hándicap de poner cara (o “nick”) a los receptores de su creación.

Los guionistas dan su punto de vista
Al hilo de todos estos argumentos, hemos hablado con Rodolf Giner (Valencia, 1969) guionista de televisión y cine, y miembro de la asociación “Escriptors de l’Audiovisual Valencià” (EDAV), germen de sindicato valenciano para una profesión joven y de reglamento legal poco claro. Giner ha escrito series como “L’Alqueria Blanca”, “Negocis de Família”, “Autoindefinits” o “Las aventuras de Marco Antonio”, lleva muchos años en la profesión, lo que es un logro para un oficio donde es difícil jubilarse escribiendo. No se considera autor de una obra literaria, “A riesgo de que alguno me mate por ello, diría que el guión no es la obra en sí misma sino el primer paso de la misma. Eso el guionista no puede perderlo de vista”, aunque cree que la principal diferencia no está en el proceso de escritura, sino en los destinatarios, y en la forma en que van a consumir la obra, “no en el proceso de documentación”, ahí Giner sí ve más cercanía entre ambos desempeños.

En cuanto a la situación de la profesión de guionista en España, admite que llevan un retraso descomunal con respecto a sus colegas norteamericanos, si bien “Aquí, ahora, se empieza a entender que el guión es una profesión, con unos condicionamientos y unas necesidades propias”, añade que “No es que en Estados Unidos la situación sea idílica, pero desde hace décadas hay reconocimiento profesional, claridad en las condiciones de desarrollo del trabajo, mejora en las remuneraciones y derechos”. Calcula que ese trabajo se viene haciendo en el sector español desde hace “sólo” unos quince años, “con las diferentes asociaciones profesionales y que está tendiendo a la progresiva constitución de sindicatos. En ese sentido aunque los resultados son todavía modestos los avances en los últimos años han sido muy importantes”. Se refiere, sobre todo al reciente sindicato ALMA, presidido por Agustín Díaz Yanes, que trata de unificar criterios contractuales y dignificar la profesión de guionista. En la Comunitat tenemos la citada EDAV, que organiza a primeros de octubre el primer Encuentro Nacional de Guionistas, junto con ALMA y FAGA (Foro de Asociaciones de Guionistas).

La conversación vuelve sobre las series norteamericanas, “su éxito se debe en gran medida a la fragmentación de la Audiencia en Estado Unidos. La existencia de gran número de emisoras de televisión, algunas de pago, ha permitido elaborar productos que, en lugar de buscar al conjunto de la audiencia potencial, se esfuerzan por satisfacer los gustos y necesidades de públicos más exigentes”, lo cual se enfrenta a la realidad española: todas las series han de ser familiares, y la gran apuesta de la temporada es una nueva versión de “Las chicas de oro”. “Por otra parte las cadenas han visto que resulta rentable invertir presupuestos estimables en productos de ficción televisiva y apostar por la calidad de los contenidos, lo que implica buenos guiones y plazos razonables de escritura, grabación y postproducción”, añade Giner.

Parece que la aparición de numerosos canales podría plantear un escenario parecido en nuestro audiovisual, creando plataformas específicas para contenidos concretos, pero Giner no lo ve así: “A pesar de la implantación de la TDT, en España la situación está lejos de ser parecida. Los presupuestos van a la baja, los plazos se acortan y en la mentalidad de los programadores sigue grabado a fuego el patrón de serie familiar. Aún así se van haciendo tímidos avances.”

Para el lector que quiera bucear en el proceloso mundo del guión, por curiosidad o para hacer sus pinitos, hay infinidad de manuales y blogs a su alcance. Para primerizos está el libro de Ana Sanz-Magallón “Cuéntalo bien” o el divertido “Cómo orquestar una comedia” de John Vorhaus. Para adentrarse en algo más denso y específico, hay que recurrir a los manuales de los “gurús” del guión: Robert McKee y Linda Seger. En la red, diversos guionistas publican un acercamiento más lúdico a su profesión a través de “Bloguionista”, y cineastas que suelen escribirse sus películas, como Nacho Vigalondo, Álex de la Iglesia o Pedro Almodóvar, mantienen diarios on-line.

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