Postales desde el abismo

. domingo
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McCann, Colum; Que el vasto mundo siga girando. Ed. RBA


El mundo es un lugar extraño donde lo extraño es no encontrarse y lo habitual es la coincidencia, la serendipia, las vidas trenzadas por el azar. Esa es la premisa que descansa en las historias de “Que el vasto mundo siga girando”, la ganadora el año pasado del National Book Award de Estados Unidos. La hilazón entre los personajes es el paseo que, en 1974, dio el funambulista Phillipe Petit entre las torres gemelas: a partir de esa única imagen, poderosa como todas las que nos remiten a un individuo enfrentándose a lo imposible, y del deseo de McCann tras el 11-S de escribir una historia donde el World Trade Center tuviese un papel central, está armada toda la narración.

Cuando la realidad se dibuja

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Hace poco regalé a mi compañera “Bordados”, de Marjane Satrapi. Cuando se lo enseñé me dijo que ella no podría leer un cómic tan largo, que se aburriría y que prefería “literatura”. Ante mi insistencia, esa misma noche empezó a leerlo y ya no pudo parar: lo devoró de un tirón, sin parar de reír y de emocionarse. Esta anécdota doméstica me sirve para ilustrar lo que ocurre hoy día con la novela gráfica: es un género que, sin ser nuevo, está lastrado por todo un imaginario de superhéroes americanos, una calidad endeble en sus tramas y un halo de infantilidad.

Jugar a Rayuela con las mentiras

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Margarita Heredia (ed.); Vila-Matas portátil (Un escritor ante la crítica)


En alguna parte de “Bartleby y compañía”, Enrique Vila-Matas habla de que la única posibilidad que le queda a literatura para innovar es que los autores traten de eludirla. De no escribir. De no ser reconocidos. De no hacer literatura. Fue su particular forma de innovar, de regalarnos nuevamente una obra donde ficción, ensayo e Historia se mezclaban para retratar a los escritores sin obra, a los que habían decidido radicalmente dejar de escribir. El tema ya había quedado prefijado en su otra novela “Una casa para siempre”, donde, al perder la voz, el ventrílocuo que la protagoniza se desdibuja, se deshace al no poder hacer lo único que sabe. Como en “Bartleby y compañía”, este abandono no es angustioso, sino liberador.